Mientras Siri, ajena al mundanal ruido, se entregaba a sus cosas más privadas, algo en el aire parecía indicarle que había olvidado algo. La puerta, esa condenada puerta, quedó abierta sin remordimiento. Liam, siempre tan observador, interpretó ese pequeño descuido como una invitación. Sin titubear, cruzó el umbral, sintiendo cómo su presencia comenzaba a cargar el ambiente de una tensión deliciosa. Siri, no oculta su tanga, sintió un calor que no podía disimular. Uy, me acordé cuando a Jordi le pasó lo mismo con una italiana.